• © Pepa de Rivera
  • El método de la disolución
  • © Manuel Bayo
  • viernes, 12 de junio de 2015
  • 19:53
  • Toconce
  • Hace ya algunos años Eusebia me escribió desde su casa, aislada y un poco apartada de Toconce, que es, a su vez, un lugar un tanto alejado del resto del mundo. Lo leo: "El silencio aquí lo es todo. Si fumas, lo único que oyes es el quemarse de las hebras del tabaco. Si no fumas, se oye un sonido monótono y muy bajo, que creo que es un zumbido creado por los propios oídos; o quizá sea el ruido de fondo del propio universo, no sabría decirte, pero es el silencio más profundo del que se puede ser consciente, de eso estoy segura. Creo que sería bueno que vinieras." Y fui. Y desde entonces he estado allí, es decir, aquí. Ese silencio ha sido una verdad profunda que me ha permitido huir de la otra realidad incontestable que dejé al partir. O disolverla en agua limpia, que creo que es una metáfora más exacta. De una u otra forma, esta soledad (apenas compartida con Eusebia), la monotonía de la vista y del silencio, casi absoluto, me han fortalecido y he creído ahora poder volver manteniendo la entereza, casi seguro de que lo que ahora percibo sobre qué son las cosas, sobre cuáles son las jerarquías, me ayudará en el proceso de normalización (que inicié cuando me vine) de la relación que mantengo con mi propia existencia. Esta mañana le dije adiós a Eusebia.