El paso del tiempo.

 

   © Fotos Mónica Murillo. Texto:Ángel M. Castillo de las Peñas

“El tiempo no es más que un simple cristal que se araña con el paso itinerante de las agujas de un reloj. Se rompe, se rasga con el sol y con la lluvia y con el viento.

Y deja una hojarasca podrida que rezuma un olor a podredumbre y a nostalgia, son los recuerdos de un pasado palpable.

El cristal roto como una señal de guerra, una herida sin cicatrizar, una arruga surcando la piel muerta, un columpio que ya solo se mueve por el viento.

El aliento que dejamos se hace huella, el óxido en las entrañas de la tierra, objetos desechados que abren paso a otra vida, brotan flores, rezuma la lluvia como una lágrima.

Una hiedra enredadera brotando en la tapia para tapar la herida del olvido y de la decadencia.

El paso del tiempo va dejando huella en los objetos, los hace singulares. Recuerdos de una vida vivida, una contraventana tintineando solitaria en una casa abandonada de la que brota una manada de hormigas y telas de araña.

Es todo esto el precio que se paga con el olvido, el paso jadeante del tiempo que se agota. La silla de enea de la abuela se desquebraja, como se desquebraja ella con su olvido, meciéndose en la nada.

Y allá afuera la vida sigue su curso, se erigen santuarios desde donde contemplar la transitoriedad de la vida desde los que viajamos a lugares recónditos dando fe de su antigua existencia, sabiendo que allí hubo un hecho, una anécdota bañada por el sol que ahora lo trastoca todo desde otra perspectiva. Y en cada uno se vislumbra una cierta mezcla de belleza, desazón y peligro.

Y seguimos mirando por el mismo cristal, ahora ya hecho trizas, y desde allí, observándolo todo, nos damos cuenta de que no existe la inmunidad al galopar del tiempo, el cambio, la piel mudada, y las cicatrices del alma de cada objeto y de cada ser: un campo muerto que nace y se reproduce y muere. Y vuelve a nacer.

Y todo sucumbe a la vejez: personas, plantas, edificios o una bañera abandonada en medio de la nada.

Y el tiempo seguirá siendo tiempo, es el único que no muere. El cristal seguirá siendo arañado por las agujas del reloj, sea de sol, de arena o un cucú cantando que también morirá. Y alguien vendrá para ver esos relojes en coma inducido, descoloridos por el paso del tiempo y que se convertirán, a ojos de otro, en reliquias que exhalan la belleza de su propia descomposición.

Y así seguiremos observando la belleza de lo decadente, montados a lomos de un columpio invisible y oxidado que un día fue empujado por el viento.”