Mi querido padre

 

   © Fotos: Nicolás Muller, Texto: Ana Muller

Pasa el tiempo y la obra de mi padre, según se revisa una y otra vez, es como el buen vino, va añadiendo bouquet, que es el regusto al sabor lleno de matices. Se ha escrito mucho sobre su mirada, el instante que atrapaba, ese “arte” que él no consideraba tener. Nicolás Muller decía que solo había hecho un centenar de fotos buenas y ahora sé que, probablemente, su reducida selección se debía a que no compartía esa mirada con otros. Quizás fuera por pudor. El caso es que, revisando en profundidad su modo de ver y hacer, sorprende que con tan pocos medios - la Rollei, un fotómetro, películas de sensibilidad media y una contención en hacer los disparos justos-, el resultado sea tan brillante.

Los fotógrafos de mi generación ya disponíamos de cámaras con motor y de ópticas variables, que facilitaban mucho el trabajo y la creación, en comparación con los medios que tenían los fotógrafos que, como mi padre, les gustaba ir ligeros, pasar desapercibidos, y atrapar y congelar la imagen que nunca más se iba a repetir.

Tuvo instinto a la hora de acometer los trabajos y sentido práctico a la hora de producirlos. Resolvía oportunamente el encuadre con la luz adecuada y la expresividad necesaria, pero no insistía en rebuscar los ángulos ni en recomponer la composición de la toma. ¡Siempre me ha sorprendido que pueda haber tres lugares distintos y seis buenas imágenes, en un carrete de 12 tomas!

Seguía al pie de la letra lo que decía y pensaba su fotógrafo favorito, Cartier-Bresson: Fotografiar es colocar la cabeza, el ojo y el corazón en un mismo eje. Y atrapar el instante decisivo.

La pequeña colección que aquí se muestra se extrae de entre las muchas fotografías que pertenecen a trabajos realizados por encargo (libros, folletos, turismo, publicaciones varias), imágenes directas sin artificio ninguno a las que no hace falta poner ni pies de foto, ellas solas lo dicen todo. Imágenes que ya pertenecen a la memoria gráfica de un tiempo pasado pero vivo, que mantiene fresca y moderna la forma de mirar de Nicolás Muller, mi querido padre.