• © Pepa de Rivera
  • El muro
  • © Manuel Bayo
  • sábado, 24 de mayo de 2015
  • 21:52
  • El Maitén, Aysén
  • Pequeño: estaba paralizada detrás del muro y a su través (no a través de la ventana ni del hueco de la puerta) veía el único camino, inundado, lleno de baches, en el que un coche saltaba bajo la lluvia contigo en el asiento de atrás maltratado por la fiebre. Traté de distraerme amasando pan, dándote la espalda de cara al muro de la sala sobre la mesa de amasar, pero seguí viendo el coche mientras avanzaba en un viaje de día entero al médico, penoso por el camino que recorría de arriba abajo el muro de la sala. Pero no tenemos coche, no tenemos nada, y la ilusión (prefiero mentira) del muro dolía casi más que tu verdad a la espalda, que la consciencia de nuestra miseria y de nuestras vidas tan mal hechas. Han pasado dos días y ahí sigues inerme. Al menos el muro ya no me miente: no hay camino ni coche, no hay salida. Agotado de fiebre ⎯sin ver la luz preciosa que yo sí veo⎯ me preguntas por qué de repente la noche; y yo mirando al sol te canto: “La noche llegó, la noche llegó, porque la montaña se ha tragao el sol”.