• © Pepa de Rivera
  • Tres Lagunas
  • © Manuel Bayo
  • viernes, 15 de mayo de 2015
  • 1:20
  • Patagonia Argentina
  • Transcribo los últimos pensamientos del día de Claudia (ella me dijo su nombre; yo se lo pregunté). No es una transcripción literal, se entiende, ni siquiera puedo asegurar que pensara esto ni ninguna otra cosa, porque no volví a verla después de pagarle el combustible del coche: "No esperaba ya que viniese nadie, a estas horas. Pero cuando lo he visto bajar del coche, dejándose las luces encendidas, y hacerme un gesto, de verdad me he alegrado de ver por fin a alguien en toda la tarde. Un hombre amable, aunque escueto. Se ve que tenía ganas de hablar, y yo también. Me ha contado que marchaba al sur, a trabajar en una obra caminera; me ha hablado de su mujer y de su hija, a las que no vería en unos meses; me ha hablado de lo poco que aprecia el frío y las noches largas. Yo le he hablado también de mí, de mi marido lejos, en nuestra Mendoza natal, de la soledad de Tres Lagunas, este modesto encuentro de almas en un cruce barrido de arena, de cuánto adoro en este sitio mi aparato de televisión. Cuando se despedía, me ha preguntado mi nombre y yo le he contestado: Claudia. No he creído que hubiera ninguna razón para mentirle. Ahora estará conduciendo, de noche. Pensando quizá en mí, en la única persona con la que ha tenido contacto en horas, en nuestras tristezas compartidas". Sintió una modesta melancolía al pensar en su marido, tan lejos, en su Mendoza. Terminó de desvestirse, se cubrió con la manta y cayó rendida de abatimiento.