Entretanto no había tenido ocasión de pedir a mi Amelia que posara para una foto; pero durante el almuerzo hallé una oportunidad y, después de aludir al tema de la fotografía en general, me volví hacia ella y le dije:
-Espero, Miss Amelia, que antes de que termine el día pueda tener el honor de conseguir un negativo de usted.
Sonriendo dulcemente, respondió:
-Con mucho gusto, Mister Tubbs. Cerca de aquí hay una cabaña que me agradaría que usted fotografiara después del almuerzo; y, cuando haya hecho esa foto, estaré a su disposición.
-Y yo supongo, a fe mía, que le va a engatusar –espetó el zafio capitán Flanaghan-, ¿no es así, querida Mely?.
-Así lo espero, capitán Flanaghan –tercié con gran dignidad.
No obstante, toda cortesía era vana con aquél animal. Estalló en ruidosas carcajadas, y Amelia y yo difícilmente pudimos sofrenar su insensata hilaridad. Ella, empero, cambió rápidamente de tema, diciéndole al salvaje:
-Vamos, vamos, capitán, no debemos ser demasiados duros con él.
(¡Dura conmigo! ¡Conmigo! ¡Bendita seas, Amelia!)