El desayuno fue, sin duda, bueno. Sin embargo, no sé que comí o bebí. Yo vivía sólo par Amelia y, cuando contemplaba aquella frente sin par, aquellas facciones cinceladas, apretaba el puño en un transporte involuntario (volcando, de paso, mi taza de café) y exclamaba mentalmente: «¡Fotografiaré a esta mujer o pereceré en el empeño!»

Después del desayuno, comenzó el trabajo del día. Lo resumiré aquí brevemente:

Foto 1. Padre de familia. Yo deseaba repetir la foto, pero todos declararon que había salido muy bien y que tenía «precisamente su expresión habitual». A menos que su expresión habitual fuera la de un hombre con hueso en la garganta esforzándose por aliviar la agonía de su asfixia mediante la contemplación con ambos de la punta de su nariz, debo reconocer que la opinión general fue excesivamente benévola.

Foto 2. Madre de familia. Nos dijo con una sonrisa bobalicona que «en su juventud había sido muy aficionada a las representaciones teatrales» y que deseaba ser retratada «en su papel favorito de Shakespeare». Cuál pudiera ser ese papel es algo que, tras largas y exasperantes cavilaciones, he renunciado a averiguar por considerarlo un insondable misterio, pues no alcanzo a descifrar quién pueda ser la heroína shakespeariana en la que se combinen tal actitud de espasmódica energía y un rostro tan absolutamente inexpresivo, o que se considere adecuadamente vestida para salir a escena con una bata de sea azul, una bufanda escocesa al hombro, unos volantes de tiempos de la reina Isabel alrededor de la garganta y una fusta de cazador de zorros.

Foto 3. Decimoséptima tentativa. Bebé de perfil. Tras aguardar a que calmara su constante pataleo, destapé el objetivo. De pronto el pequeño canalla echó hacia atrás la cabeza, aunque afortunadamente sólo una pulgada, pues chocó contra la nariz de la niñera, reivindicando su derecho a verter la «primera sangre» (por usar un término deportivo). Eso, naturalmente, dio como resultado que en la foto hubiera dos ojos, algo que podía denominarse nariz y una boca anormalmente dilatada. Considerémoslo un retrato de frente y pasemos a la

Foto 4. Tres jovencitas. Si bien parecía que, por un casual, les hubieran administrado simultáneamente una dosis de una pócima repulsiva, y que a las tres se les hubiesen erizado los cabellos antes de que la expresión de asco producida por el medicamento aflorara a sus rostros. Lógicamente, me guardé esta opinión para mi coleto y dije tan sólo que «me sugería la imagen de las tres Gracias»; pero mi frase terminó con un involuntario gemido que a duras penas pude transformar en un acceso de tos.