Un reciente reportaje televisivo, de esos que probablemente podríamos considerar dudoso periodismo de investigación, volvía sobre el tópico de lo que es y lo que no es arte en la escena contemporánea. La periodista colaba un cuadro pintado por niños de una guardería en una feria internacional de arte contemporáneo y lo colgaba en una de sus paredes como si de una obra más de arte se tratase. Aparentemente, ni uno solo de los preguntados consideró que el cuadro estuviera fuera de lugar y alguno, aparentemente más conocedor del medio, se atrevía incluso a explorar las motivaciones ocultas del artista, destacando su profunda madurez, la complejidad de su mundo interior y la evidente carga sexual de su arte. Más allá de la anécdota, no por manida menos elocuente, debemos reconocer la dificultad que en ocasiones puede suponer, para el público sensible a la fotografía, identificar sus propios criterios e intereses para valorar, sin complejos, la masiva oferta fotográfica actual. Algunos fotógrafos contemporáneos, como Gregory Crewdson, utilizan enormes equipos de escenografía en sus producciones, con resultados que destacan por su sutileza más que por su espectacularidad, posiblemente difíciles de apreciar por parte de un público poco predispuesto a ejercicios profundos de reconocimiento del autor y su obra. La labor de críticos, curadores, galeristas y editores resulta aquí útil, como lo ha sido y lo sigue siendo en cualquier otra forma de expresión artística, ya sea plástica, literaria o musical, al sugerir con sus propios gustos e intereses filtros posibles que nos ayuden en nuestro camino personal de desbroce y separación entre lo que nos gusta y apreciamos y lo que no. Esa conocida suposición de que si una obra está expuesta, por algo será, es, en bastantes ocasiones, válida, lo que no
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Textos: Diferentes autores
Fotos: @ Eduardo Ruigómez
© Eduardo Ruigómez
quiere decir que compartamos el interés o los valores de lo expuesto; simplemente, resulta para la mayor parte de nosotros cómodo y útil tener un filtro que separe y nos ayude a fijarnos y quizá entender y apreciar mejor la coherencia, el valor, la motivación o lo que sea que una obra fotográfica cualquiera represente. Esto, naturalmente, no nos priva del placer de disentir, de abominar de un reconocimiento ni de sorprendernos por el escaso eco que pueda tener una obra que, a nosotros, nos parece sencillamente maravillosa.
Una forma particular de presentación de una obra lo constituyen las exposiciones organizadas por galeristas, en las que, al menos en la inauguración, se tiene a menudo la oportunidad de coincidir con los autores. Recientemente asistí a la inauguración de una exposición de pintura de una buena amiga. Afortunadamente, conocía bien sus cuadros que, unos días antes, fotografiaba antes de enviarlos para su colocación en la sala de exposición. Digo afortunadamente porque durante la exposición no pude detenerme un minuto en uno solo de ellos, entretenido como estaba en conversaciones con conocidos que por allí aparecieron. Me lo recordaba otro amigo: a las inauguraciones se va a darle la espalda a la obra y la cara a los amigos. No suele ser, desde luego, el mejor momento para ver una obra y es una pena: desaprovechar la oportunidad de ver obra y autor juntos, por mucho que se conozcan la una y el otro, perderse en el asunto de conversaciones siempre aplazables y brindar y celebrar lo que casi ni se mira.
Es como el convite de un bautizo, en el que el protagonista se mantiene arrullado en su cochecito, casi todo el tiempo ignorado, mirando desde la altura de unas rodillas a quienes lo celebran, bajo una ruido ensordecedor de voces de
conversaciones ininteligibles que lo aíslan. Muy distinto, por cierto, es cuando asistes al estreno de una obra de música, una película, un recital, una pieza de teatro, en los que el tiempo se reparte sabiamente, apretones de manos-silencio-aplausos-apretones de manos. Esto está muy bien.
Todo esto viene también al caso porque próximamente, el 7 de mayo a partir de las 19 hrs, está prevista la presentación de 1:1 en Artema de Majadahonda, en Madrid. Hace tiempo que nos preocupa cómo podrá ser esta presentación, posiblemente ante un número reducido de amigos, conocidos, entendidos. ¿Estaremos dándonos palmaditas en la espalda mientras fragmentos de algunos números de la revista nos hacen de decorado? Tendremos que hacer un esfuerzo por evitarlo y que la ocasión sirva para algo. De vez en cuando es bueno y saludable verse las caras y reconocer también el placer que existe en la observación compartida de una obra, aunque apreciemos que el verdadero placer está en su observación ensimismada y solitaria. Es un tema tan viejo… El eterno contraste entre la observación de la que disfruta el coleccionista privado y la (normalmente) bulliciosa del museo. Por eso, por su contribución a la extensión del disfrute solitario del arte ¿cómo negar el valor de las reproducciones, esencia de la fotografía, que nos permiten un acercamiento a la carta a las creaciones más interesantes? Ya lo decía Susan Sontag, que precisamente por ser planas las fotografías se ven mucho menos perjudicadas por la reproducción que los cuadros (y que las esculturas, que los edificios o que los paisajes, por orden de desencuentro creciente con el medio impreso). Disfrutemos pues de la oportunidad de compartir 1:1 y compartirnos todos los que la hacemos, lectores, fotógrafos y editores, y volvamos luego al placer solitario del ordenador.