Somnium

 

   © Fotos: Manuela Quirós, Texto: Federico Fuerte Guzmán

Nada hay en el mundo real más elevado que la realidad, ninguna teoría filosófica ha conseguido los argumentos y las palabras necesarios para demostrar de manera definitiva que una mesa no es una mesa, que la imagen mental de una mesa es superior a la mesa o que es un ser supremo está por encima de todas las mesas y todas las imágenes de mesa que tengamos en la mente. La realidad es lo que se impone y el ojo es el sentido que se impone a los demás sentidos para conocerla y enseñarla. Entre esta relación amorosa realidad-mirada se interpuso hace ya algunos años un aparato extraño.

Dócil como un perro faldero, la cámara puede captar la realidad tal y como es, de manera automática, o puede hacerlo tal y como quiera el fotógrafo. La cámara se convierte así en una herramienta con la que observar el mundo, digamos un cuerpo filosófico con el que analizar nuestro entorno, y depende del uso que se le ve puede inclinarse en favor del objeto puro puro y absoluto, tal y como entraría en nuestra retina de no interponerse nada, o deformar, adornar, distorsionar y transformar a gusto del fotógrafo.

De estos tratamientos de la cámara surgen dos versiones de la fotografía: el universo selfie , Interesado en la casa indiscriminada de los  reality bites puros y, en gran medida, silenciosos y vacíos; y la visión pictoralista, Que deforma, amasa, distorsiona y redibuja nuestro entorno. Me temo que Manuela Quirós pertenece a este segundo grupo y que pronto, muy pronto, se cansará de la cámara, la lanzará contra sus hipnotizantes imágenes y, a la manera del genial señor renacentista, las exhortará: ¡Hablad!