Los días lluviosos

Fotos: © Rui Palha

  • Hay algo mágico sobre la manera en que la realidad se presenta ante nosotros a través de la lluvia. El mundo no es tal y como lo veíamos en un día soleado. La lluvia cambia la manera en que nos movemos por cada espacio y cambia también la manera en existimos en el espacio. Es necesario tomar decisiones cuando llueve, la protección se vuelve una prioridad. Más que en cualquier otra condición atmosférica nos volvemos conscientes de todo lo que nos rodea y cómo nos puede servir de refugio temporal. Adquirimos consciencia de la arquitectura de la ciudad respecto a su funcionalidad contra la lluvia. Toda la ciudad se convierte en otra cosa en cuanto a su forma y su función, como si la lluvia fuese un interruptor que cambia las formas de las cosas.

    Hay algo mágico en la manera en que el fotógrafo de calle se las arregla para mezclarse entre la gente y captura sus movimientos bajo la lluvia, combinando todos los elementos en la escena dentro del poderoso escenario cinematográfico de una posible película que nosotros, la audiencia, proyectamos en nuestras mentes desde cada estática imagen de personajes y lugares borrosos. Los días lluviosos emergen una oportunidad para tener un diálogo íntimo entre lo que el fotógrafo ve a través del visor de su cámara y lo que nosotros somos capaces de sentir ante esa imagen fija tras la cortina de lluvia. En este sentido, cada foto es mucho más que lo que el ojo percibe y la lluvia proporciona un paso a una dimensión diferente de la realidad, permitiendo la entrada a nuevas escalas y contextos de espacio, arquitectura y vida cotidiana.

    La mayoría de los personajes que caminan por la calle no tienen rostro. En vez de rostros, tienen paraguas. No es difícil que la audiencia, inconscientemente, se identifique con los personajes que miran al suelo y miden sus fuerzas contra el tiempo, en un intento por plasma nuestra humanidad dentro del paisaje urbano como la parte viva de la arquitectura rediseñada por la lluvia por medio de ángulos dramáticos y escalas de grises, como si inevitablemente decodificáramos el escenario lluvioso en una metáfora de la vida frente a la adversidad.

    Mediante la utilización de la estructura urbana como materia prima y la unión de las gotas de lluvia y las personas dentro de la misma, el fotógrafo de calle crea un nuevo camino por la ciudad. La lluvia no debe verse como un obstáculo a la vida cotidiana sino, sobre todo, como un reto que nos fuerza a ir más allá, incluso con la mirada en el suelo, y nunca olvidando el cielo allá arriba se refleja sobre ese pavimento mojado.


    Ana Barquina – 30 de mayo de 2016