Al despertar, Matilda disfrutaba cada mañana de unas décimas de segundo en las que aún no era consciente de su realidad. Cada nuevo día traía consigo viejas tormentas, antiguas desesperanzas y reproches presentes, que le devolvían instantáneamente a la realidad, a su cruda realidad, a su triste realidad. A duras penas, conseguía levantarse ,leer el correo tomando su oscuro y espeso café italiano y mirando sólo de reojo por la cristalera su inmenso Sur azul, suspirar hondamente, estremeciéndose desde su frente hasta la punta de los pies. Hasta la punta de los pies….