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Entre el centro y la ausencia

Fotos y textos: © Christine Buci-Glucksmann / Traducción: Gila Walker

  • "La imagen es pensamiento, es la descripción visible de un pensamiento invisible." Estos fueron los términos que Magritte usó para exponer la paradoja del pensamiento en el arte, que es primero que nada la paradoja de la imagen. Cómo puede uno imaginar algo que parece eludir completamente el alcance visual, especialmente cuando se trata de producir retratos de conocidos artistas, escritores, compositores, coreógrafos, etc? Al elegir juntar rostros y lugares, retrato y arquitectura en dípticos cuyo marco, formato cuadrado e impresión mate colindan con el plano de la pintura, Jacqueline Salmon convierte esta paradoja en el mismo objeto de su trabajo. A través de un curioso efecto de desplazamiento y conversión, la mirada pasa de lo fijo al movimiento, como si al moverse de un retrato a la arquitectura vacía, purgada y cuasi abstracta de un lugar, uno estuviera explorando el poder meditativo e inventivo del ojo de la mente. Hasta el punto de que la interrelación que resulta del recurso del díptico crea un intervalo que se impone al pensamiento al poner al espectador delante y dentro de un retrato doble asimétrico. Atrapado, y virtualmente cautivado por estas fotos de tamaño real, el ojo del espectador siempre se mantiene a la misma distancia de las imágenes, independientemente de si los rostros están firmemente enmarcados o remotos. El retrato avanza hacia uno como el corte de un acercamiento en una película justo cuando está entrando el lugar que limita o exagera sus efectos. La sobre presencia de cuerpos y rostros con miradas altamente interiorizadas – sean atentos, pensativos, escrutadores o soñadores – está firmemente fijado aquí en un espacio de dos dimensiones que nos pone en contacto directo con la mente. Pero este "enmarcamiento afectivo" del que habló Deleuze refiriéndose a Dreyer, parece venir sin marco, de pronto succionado por el vacío del lugar arquitectónico que crea una resistencia singular a la imagen. Presencia y ausencia, figuras y la imposibilidad de darle figura al pensamiento coinciden en retratos intensivos que a veces redescubren la frontalidad byzantina del cara a cara, aunque rompiendo las prohibiciones religiosas. Cada uno de estos retratos – de Gerhard Richter, Bill Viola, Peter Brook, Robert Wilson, Luciano Berio, Arvö Part, Jonas Mekas or Naguib Mahfouz – reiteran una única pregunta, el del lugar del pensamientos, de su “morada como poeta”. Pero la repetición es tan variada que la fotografía se convierte, en términos de Jacqueline Salomón, en "un instrumento de reflexión filosófica”."
  • De la imagen al pensamiento, éste es el primer movimiento que me llamó la atención de inmediato, porque sigue siendo eminentemente enigmático. No es cosa de juntar el retrato con una arquitectura que tiene un fin ilustrativo, metafórico o retórico. El punto es simplemente dejar que el pensamiento de los artistas y escritores elegidos ocurra – estén vivos o muertos – a tal punto que por su presencia insistente terminen "habitando" estas arquitecturas ampliamente inhabitables. Estos lugares – una iglesia abandonada, una cárcel de abadía, una tumba o una puerta que abre a la nada – son todos no-lugares, meros tipos de marcos arquitectónicos encantados por la memoria, la falta de finalización o el vacío. Las arquitecturas delimitan lugares internos que evocan lo que se llamaba desierto en el siglo 17. Todo lo que engendra "convertir el Ser en desierto", todo lo que suscita "una mirada desde lo lejos" y "una profundidad invisible", como Louis Marin escribió con respecto a Philippe de Champaigne (1) : los lugares y arquitecturas de estos retratos irradian un "efecto desértico" que se obtiene por el trabajo de la abstracción luminosa y el vacío. Estos no son más que lugares diseñados de lo absoluto, una suerte de vanitas melancólicas arquitectónicas que invocan al pensamiento y lo cuestionan. El del espectador y del retratado.
  • Entonces, podemos entender que los mismos retratos "albergan ausencia y presencia", como dijo Pascal. Incluso cuando los rostros están de lado o en tres cuartos de perfil, incluso cuando el cuerpo está incluido en el marco, estos retratos nos están mirando en el icónico cara a cara de su ser frontal: una situación extraña en que la semblanza huye de la resemblanza de modo de mejor captar la presencia y funcionamiento pensativo de arte y artista. Vea el retrato de Bill Viola, su cabeza inclinada hundida en sus manos, en comunión consigo mismo como la cabeza hundida de Beckett.
  • Pero es como si estuviera duplicado por una habitación abierta de imágenes en un paisaje-arquitectura dividido en dos por su reflejo. Es una imagen del pensamiento que bordea, tan cerca como se puede, el trabajo de Bill Viola, descrito por el mismo artista en los siguientes términos: "Las habitaciones de mis instalaciones son negras porque ése es el color del interior de tu cabeza. El sitio de hecho de todas mis instalaciones es la mente y no realmente el entorno." (2) En un sentido literal, Jacqueline Salmon penetra en este espacio mental y encuentra el "color" del pensamiento, ubicado en el tiempo entre la aparición y desaparición. De ese modo ella usa la fotografía como un nuevo plano de proyección, que metamorfosea el punto de inicio y coloca el espacio mental y figurativo cara a cara y lado a lado. Por su quiasmo y su amplificación reciproca, ella crea una especie de "transmutación" e incluso "transubstanciación" en el sentido que le da Duchamp al término. La arquitectura penetra la figura al punto de tomar su lugar en una imagen de ausencia, como en el retrato de John Cage.
  • Es por eso que el camino que va de la imagen al pensamiento siempre se da vuelta sobre sí mismo. Como si el pensamiento inevitablemente encontrara su propia "transmutación" sensorial en la arquitectura. Frente a un fondo negro, Robert Wilson nos mira fijo frente al pabellón Mies van der Rohe con su geometría acentuada de ángulos, planos y sombras, mientras Gerhard Richter, con un gesto parejo de la mano, revela los monocromos verdaderos-falsos blanqueados por la luz en el sitio del O. Gehry's American Center en Paris. En estos dos retratos, como en muchos otros, las fotos producen una verdadera nivelación del lugar a través de una arquitectura que firmemente fija los afectos. El pensamiento flota ahí, siempre captado en los trabajos presente-ausente de los artistas, al punto que los músicos — Berio, Arvö Part o Ligeti — parecen “componer” sus intervalos y ritmos en los espaciamientos, los huecos y sólidos, de los descensos y atraviesos de la arquitectura.
  • Si estos dípticos se abstienen de un tratamiento ilustrativo o retórico de su objeto a favor de una relación literal o "transmutación", es porque nos impulsan a una arquitectura apropiada auténtica del retrato. En efecto, a través de su historia, la arquitectura nunca ha dejado de servir como apoyo y como matriz para configurar el conocimiento, sus “fundaciones” (Descartes), sus "arquitectónicas" (Kant) o sus máquinas de pensamiento (Leibniz). Para citar un solo ejemplo, cercano al trabajo de Jacqueline Salmon, en el siglo 16 el teatro de Guilio Camillo funcionaba precisamente como un arte de la "memoria" con lugares simbólicos e incluso alegóricos correspondientes a ideas, figuras y planetas. Una arquitectura completamente mental encontraría sus modelos más poderosos en laberintos, “pasajes” o ruinas. Las arquitecturas de Jacqueline Salmon son más como arquitecturas invertidas, duplicadas, sin acabar o abandonadas. Siempre abstractas y vacías, sugieren los caminos, vaivenes o la naturaleza combinatoria del pensamiento. Son una "des-arquitecturización", para usar una expresión acuñada por Robert Smithson. De ahí su fuerza en “mentalizar” retratos y el sentido de atemporalidad que los habita. Purificado, desierto, suave y frío, abierto a un centro ausente, evocan el riesgo del pensamiento, su soledad, su exterior silencioso, su poder inventivo y su "ausencia de poder". Tanto así que este nuevo “Atlas” de retratos sutilmente se convierte en un un archivo del Pensamiento. Como si cada retrato en su completa singularidad llevara testimonio eterno a la misma pregunta extraña – "¿Dónde estamos cuando pensamos?" Entre el lugar y el no-lugar, sin duda, en un "meta retrato" del Pensamiento. "La soledad que irradia, vacío del cielo, muerte diferida, desastre", escribió Maurice Blanchot.
  • Notas :
    (1) Louis Marin, Philippe de Champaigne ou la Présence cachée, Hazan 1995, p. 43.
    (2) Citado por Raymond Bellour, "La Chambre", Trafic n°9 1994, p. 55.