Las imágenes se suceden como rayos, invaden nuestra retina, pero antes de poder siquiera asimilarlas, ya han sido desplazadas por otras iguales en su lugar.
Antes buscábamos las imágenes como medio de representación de nuestras vidas, ahora nuestras vidas representan las imágenes.
Hemos invertido el canal y ahora nosotros somos el medio de dos dimensiones, el soporte. Soporte que emula ficción, y ficciones que se venden como realidad. Sensaciones prestadas, emociones aprendidas, cuerpos y formas en colores inalcanzables, inmediatez de un tiempo antihumano que no podemos seguir o recorrer. Vidas de y en papel que intentamos vivir con cuerpos de hueso y carne. La vida en último caso, la experiencia, desplazada a las dos dimensiones, aplastada y relegada. Eco del eco de las copias de múltiples ficciones. Oferta de imágenes sin pregunta, sólo con respuestas, respuestas cerradas y aprendidas. La ausencia del proceso, de la experiencia nos deja inertes ante este bombardeo visual, a emocionales, ya que no podemos participar del proceso de empatía. Nada de lo visto es lo vivido. Nada de lo vivido se ve…
El silencio nos ayuda a no utilizar un lenguaje que ha quedado obsoleto y que construye un mundo desde la negación de la verdad, desde la negación del ser humano en última instancia. Hemos creando un lenguaje que nos excluye, una imagen que nos ha relegado a soporte, hemos quizás errado las decisiones…
El mundo construido ha quizás errado en sus cimientos. Cimientos que hemos de recorrer, que escudriñar y analizar para saber de qué materia están hechos. Cincelar la imagen, hasta que consigamos apartar todo lo sobrante, toda distracción que nos envuelva ese grado cero desde donde empezar. Ese grado cero donde nada está construido y todo es factible de ser, nuevo, regenerado, como ese primer universo de “caos creativo” en el que se apoyan diversas culturas.