Las palabras juegan un doble papel.  En determinadas circunstancias confieren realidad y  en otras son sólo un acompañamiento cuyo significado es paradójicamente irrelevante pero necesario.  El mejor ejemplo de esto último lo proveen  las canciones de música popular cuyas letras a menudo son incomprensibles.

No se entienden, sea porque están mal articuladas, sea porque quien las escucha no conoce la lengua en que están dichas, sea porque el ritmo de la canción no permite comprenderlas. Pero  cualquiera que sea la causa nadie prescindiría de ellas.  Son indispensables para la música, son la música.

 

 

Cuando las palabras confieren realidad, como es lo que sucede en ciertas parcelas del arte, terminan siendo el objeto principal del discurso y no un medio. Al colocarse en el centro la discusión es sobre ellas y no sobre el objeto que pretenden describir, interpretar, analizar etc. Finalmente ocurre que la belleza son las palabras.

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