Belén Álvarez

  • Mi pasión por la pintura me fue conduciendo poco a poco hacia la fotografía. Aquello de congelar instantes del tiempo que, por alguna particularidad, llamaban mi atención visual, me pareció siempre fascinante. Lo cierto es que mi abuelo despertó primero mi curiosidad en la fotografía, la magia de su laboratorio donde en unos líquidos misteriosos surgían imágenes en blanco y negro, siempre había llamado mi atención, pero en esa época mi mente estaba más centrada en los pinceles y lienzos.

    Mucho más tarde y, debido a algunos acontecimientos que van sucediendo en el espacio temporal y al sentido práctico que llevo dentro, me fui acercando a la imagen artística por medios naturales como la luz, que al principio aún tenía personificada en la pintura. Conseguir imágenes con recursos técnicos que lograsen adquirir un determinado acabado pictórico, al tiempo que contaran alguna historia, empezó a convertirse en un reto. Llevar una cámara es menos complicado que cargar con el caballete, el lienzo y las pinturas, así que empecé por comprarme una buena cámara con el primer sueldo que gané cuando vivía en Barcelona, allá por los años 70.

    Tal fue mi pasión al descubrir todo lo que se me ocurría mirando por el visor de mi Nikon F2 que disparaba tanto objetos como paisajes que escondían la idiosincrasia de mi país, ya sea por sus edificios como en un simple bodegón de manzanas en una casa de campo al atardecer.

    Mis fotos son intuitivas. No hay una acción desencadenante para conferir a la imagen un significado preciso, sino tan solo un indicio que sea capaz de abrir la imaginación a los sentimientos personales del que las contempla.

    Todavía me queda mucho por investigar y por comprender y cada día sigo mirando como si tuviera un objetivo en mis ojos. Las artes plásticas siempre me seguirán sugiriendo sentimientos que necesito, de alguna manera, plasmar en mis imágenes.