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daba en el centro, automáticamente, una cámara tomaba la foto del tirador. El premio era la foto. Diferente es lo que le ocurrió a un conocido que era cazador, su especialidad eran los ciervos; un día decidió criarlos en tierras de su propiedad, nunca más pudo cazar y ahora toma fotos a los animales. Reemplazó el rifle por una Canon. Un tercer caso es el de un colega que tomó fotos a una persona en la calle en una ciudad alemana y se vió enfrentado a demandas judiciales que le significaron tener que pagar una fuerte indemnización.

En el acto de fotografiar y en el lenguaje que lo acompaña: cargar (la cámara) apuntar al objetivo, disparar, hay una gran similitud con el acto de matar, de usar armas.

Tomar fotos es apropiarse simbólicamente del objeto que fotografiamos. En algunas culturas al tomar la foto el fotógrafo se apropia del alma de la persona fotografiada. En el occidente hace tiempo que nos desprendimos del alma, pero la hemos reemplazado por la intimidad, ese lujo del siglo veinte que necesitamos preservar a toda costa como antes cuidábamos nuestra “parte inmortal”. Un mito reemplaza al otro y establece un nuevo sistema de tabues y prohibiciones. Es por eso que tomar fotos no está exento de peligros que son enormemente difíciles de evitar, más aun cuando las cámaras son ubicuas y algunas de ellas indetectables.

Nan Goldin, que ha salido a cazar imágenes como nadie
En los Rencontres d’Arles de este año hay una exposición sobre esa antigua diversión de feria “tiros fotográficos” que desapareció en los años 70. Se trataba de disparar sobre un blanco y si la bala
Disparando.