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   © Guillermo Labarca

En estos últimos meses hemos visto muchas fotografías que causan horror: Ucrania, Palestina, Gaza e Israel, Nagorno-Karabakh, la llegada de migrantes a las Islas Canarias y pateras en el mediterráneo, migraciones obligadas, feminicidios y tantas otras que nos muestran destrucción, muerte, heridos, mugre, miedo y miseria, niños y ancianos desposeídos o abandonados. Suponemos que hay muchas más fotos de horrores similares y que no veremos porque no se publican. No es posible permanecer indiferentes frente a estas imágenes si nos consideramos humanos.

Al mismo tiempo hemos visto fotos de señores y señoras bien trajeados y bien comidos que “resuelven” todos estos conflictos y todas estas miserias en reuniones de alto nivel de las que salen declaraciones y poco más.

Cronistas importantes de estos hechos han sido los fotógrafos. Las imágenes que nos entregan narran hechos que, como todos los acontecimientos, son susceptibles de interpretación. El fotógrafo dice “esto es lo que vi, esto es lo que muestro”, pero las imágenes que muestran conllevan necesariamente un relato que está basado en la percepción que el o ella tuvo de los hechos que captó con su cámara.

Hay, entonces, una visión, un componente subjetivo en la crónica fotográfica, en la narrativa que acompaña a las imágenes ¿Pierden valor estas fotografías cuando constatamos que quien las hizo y/o quien las publica tiene una opinión sobre los hechos que ilustran y que va inserto en el relato? La respuesta es simplemente no, no pierden valor. Muy por el contrario, porque por muy subjetiva e intencionadas que sean las fotografías, ilustran hechos reales y arrojan claridad sobre acontecimientos, lo que nos obliga a pensar y a tomar posición frente al mundo que nos rodea. Sólo reaccionando frente a estas imágenes y su relato será posible encontrar un camino que nos lleve a un mundo verdaderamnente mas humano