Una fotografía es (o puede ser) como un poema.

   © Guillermo Labarca

Los fotógrafos y los poetas contemporáneos tienen muchas cosas en común: los poetas trabajan con un material que ya existe: las palabras. Los fotógrafos, también trabajan con material existente: paisajes, personas, situaciones, etc. son materiales que, en ambos casos, conservan su identidad; las palabras de los poetas son las mismas que usamos todos los días con múltiples propósitos, las imágines de los fotógrafos son de objetos que siguen existiendo fuera de la fotografía. Tanto poetas como fotógrafos las sacan de su entorno habitual y les dan un significado propio que emana del contexto en que están por ellos colocadas.

Otras artes, como es por ejemplo la pintura, en cambio, crea su propio material, su propio lenguaje, a medida que se va ejecutando la obra, lo mismo ocurre con los músicos, bailarines, actores. Sus materiales no están ahí para ser usados con el objeto de expresar emociones, percepciones, intuiciones. Tienen ellos que construirlos estructurando un lenguaje nuevo en cada obra.

Eso significa que tanto poetas como fotógrafos interpretan una realidad ya formada usando un lenguaje ya existente, no creado por ellos. Los poetas se vieron enfrentados a esta manera de tratar el lenguaje cuando se vieron enfrentados al verso libre a fines del siglo XIX, (Kahn, Laforge, Rimbaud, etc.) es decir cuando se liberan de las restricciones de la métrica y la rima para ir más allá de las formas fijas establecidas. Los fotógrafos, pocos años después, cuando se liberan del pictorialismo y de la imitación de la pintura clásica (Stieglitz). Otras artes en esa época también se liberan de corsés académicos pero, a diferencia de los poetas y fotógrafos, se ven obligadas a construir nuevos lenguajes.

El ejercicio de los poetas y fotógrafos en la actualidad consiste, entonces, en recontextualizar el material con que trabajan, es decir reinterpretar palabras unos o imágines los otros. Este es un proceso en el que hay una primera interpretación, la del fotógrafo, que al seleccionar un trozo de la realidad, la aísla e intenta darle un significado, para luego quien la mira, en un segundo paso, le da su propio significado que no necesariamente coincide con el del fotógrafo. Es así como una fotografía puede llegar a ser un poema, considerando que un poema es la expresión de una intuición y/o de una percepción profunda de la realidad, que no se agota en una sola mirada, es decir que tiene múltiples significados.

Un poema, como una fotografía nos sorprende al hacer que veamos una realidad que sin ellos se nos escaparía. Para Cortázar (¿porqué cuando decimos Cortazar sabemos que se trata de Julio Cortazar habiendo tantos Cortazar?) el valor de la foto está en lo insólito de ella, el dice que habitualmente las fotos se miran con la indiferencia a que nos tienen acostumbrados los medios, pero cuando en una de ella algo insospechado ocurre, algo insólito, aunque la foto no lo pretendiera, es una foto atractiva, interesante, que reditúa el tiempo que le dedicamos Lo insólito no se inventa, no se programa, no se deduce, es producto de una intuición. Los buenos fotógrafos, como los buenos poetas no dejan que la técnica, el dominio del oficio, las reglas canónicas ahoguen ni la percepción de una realidad ni menos la expresión de ella.