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"Vengo de cinco minutos de niños en blanco y negro que no hablan de verano, de juegos ni de alegría. Que desde una alambrada irreal evolucionan bajo un cielo amenazante, sometidos a la tormenta, ajenos a ella, aferrados a las cuerdas, sobre una arena hollada, Que como toda esperanza, hacen ondear un velo al viento.

Y la música acompaña sin dejar atisbo, mientras los niños hacen que juegan, y las nubes de Alberto convierten el verano en invierno.

Sin verano, alegría ni juego, vengo de una víspera de corrida en la que todo presagia drama en blanco y negro."

Pretendiendo no pretenderlo, te convierte una playa de verano en la guerra de Vietnam, en el momento exactamente anterior a que la sobrevuele la aviación. Saltando de imagen en imagen, uno oye rugir los aviones y los motores apagan los gritos de los niños, que saben de nuestro presagio.

En esa playa europea del mes de agosto la fotógrafa hace magia, y con el filtro de su imaginación logra unos efectos especiales que solo existen en nuestra mente amedrentada: blanco, negro y gris, los niños se aferran a las maromas echando al viento gasas que se convierten en harapos, en banderas sin causa, en gritos y en llamadas a la conciencia del que asiste inerme a un juego que no lo es, porque rezuma drama.

El peligro de tener una abuela fotógrafa...

Tener una abuela fotógrafa tiene un coste
Tener una abuela fotógrafa tiene un coste
©Karin Augustin