Pretendiendo no pretenderlo, te convierte una playa de verano en la guerra de Vietnam, en el momento exactamente anterior a que la sobrevuele la aviación. Saltando de imagen en imagen, uno oye rugir los aviones y los motores apagan los gritos de los niños, que saben de nuestro presagio.
En esa playa europea del mes de agosto la fotógrafa hace magia, y con el filtro de su imaginación logra unos efectos especiales que solo existen en nuestra mente amedrentada: blanco, negro y gris, los niños se aferran a las maromas echando al viento gasas que se convierten en harapos, en banderas sin causa, en gritos y en llamadas a la conciencia del que asiste inerme a un juego que no lo es, porque rezuma drama.
El peligro de tener una abuela fotógrafa...