Inflación de Arte

   © Guillermo Labarca

El 90% del arte que se hace hoy día no vale gran cosa, en tanto que valor artístico, incluyendo la fotografía de arte... bueno la cifra tal vez no sea exacta, pero da una idea. No es un fenómeno nuevo, parece que siempre ha sido así. Desde que el arte existe la producción de obras con pretensiones artísticas pero de escaso valor artístico ha sido enorme, si buscamos nos encontramos con una cantidad de cubistas que no sabíamos que existían y que valen poco, igual con impresionistas, las bodegas de los museos están llenas de neoclásicos edulcorados y para que decir de la legión de artistas fotógrafos que usan efectos especiales con la única intención de causar un impacto superficial. Hoy día esto alcanza proporciones homéricas, es cuestión de pasearse por cualquiera de la numerosas ferias de arte para comprobarlo. Esto sucede principalmente porque nunca ha sido tan fácil hacer objetos, componer música, producir y o reproducir imágenes, bailar o representar. Hoy cualquiera puede hacer cualquiera de estas cosas, no hay requisitos de calidad o de contenido, sólo bastan unas mil palabras para que algo pase a ser considerado arte. La tienen difícil los artistas, los que tienen algo que decir o expresar, la tentación de caer en el facilismo es grande, sobre todo porque a algunos les va bien por este camino. Así se ha generado siempre una producción desmedida de seudo obras de arte.

La inflación del arte está asociada con las instituciones que controlan la sociedad en cada época: iglesias, cortes reales o imperiales, gobiernos y, actualmente, mercados. Toda sociedad para funcionar ha establecido ámbitos sagrados. El arte es un ámbito donde campea lo “sagrado”, porque la conexión con lo verdadero, lo bueno, lo bello, lo armónico o lo que sea que comunique una obra de arte, o que pretenda serlo, apela a la subjetividad, a sentimientos, a emociones que colindan con experiencias no traducibles a palabras o conceptos, son sólo reproducirles desde la subjetividad. La comunicación no es univoca, el espectador o lector o el auditor debe contribuir a establecer significados. Terreno peligroso, sin duda, el peligro de caerse es grande, sobre todo porque un juicio “errado” devela las debilidades, deficiencia o carencias de quien lo hace, de ahí la necesidad de contar, en el presente, con instituciones que den garantías, que aseguren que lo que vemos u oímos es un valor seguro. La subjetividad queda habitualmente morigerada por las instituciones que dominan la escena cultural. En sociedades como las actuales, dominadas crudamente por el dinero, (todas las sociedades están dominadas por el dinero, pero en otras épocas hay mediaciones entre las ganancias materiales y los individuos, como son la Nación, la versión de Dios vigente, el espacio local etc) y la obra de arte es primordialmente una inversión se busca que las instituciones que las gestionan aseguren que su valor permanecerá en el futuro. Es como pretender que el valor del euro, del dólar o del peso esté garantizado por los bancos centrales.

Los que hacemos cosas por “amor al arte”, concepto que suscita suspicacias e incredulidad, como los que hacemos esta revista y acogemos fotógrafos tan quijotescos como nosotros (y no tan quijotescos también) vivimos en un mundo de extrema libertad. No necesitamos garantías ni avales, no nos impresionan ni los curriculums ni los premios, pero si estamos obligados a desarrollar un juicio crítico que nos permita mantener nuestra autonomía.