Incontinencia fotográfica

© Guillermo Labarca

Una persona que volvía de vacaciones de un país asiático me dijo "he tomado más de 2.000 fotografías… ahora no sé que hacer con ellas, porque no se las puedo mostrar a nadie… ni tengo tiempo para verlas". Me pregunto si alguna vez se habrá detenido para ver el paisaje o alguno de los templos sin un visor delante de los ojos. Me pregunto también si quienes fotografían el plato que están comiendo en un restaurante están más interesados en contar lo que han pedido o en gustar la comida. También me sorprende cómo la gente muestra imágenes de cumpleaños, reuniones familiares o de amigos y otros encuentros en las diferentes redes sociales, adonde también van a parar innumerables fotos que revelan situaciones consideradas íntimas hasta tiempos recientes. Pareciera que en la actualidad hubiera una necesidad compulsiva de mostrar a todo el mundo lo que se hace en cada segundo.

Busco una explicación a estos comportamientos, tanto en la pérdida de la intimidad en las sociedades contemporáneas como en el desarrollo de tecnologías digitales fotográficas y de la comunicación. La falta de intimidad no es la excepción, esta ha sido un fenómeno propio del siglo XX. Nunca antes la humanidad gozó de este privilegio que ahora se está perdiendo rápidamente. La pérdida de ella asociada al avance tecnológico sí es algo nuevo. Un avance que pone al alcance de cada uno cámaras que toman fácilmente fotografías con mediciones correctas, sin necesidad de revelados complicados y caros y las ponen inmediatamente en circulación en la web.

Pero más allá de registrar la vida de cada uno, se hacen fotografías de cualquier evento que ocurra, especialmente de algunos como incendios, conciertos de rock, desastres naturales, manifestaciones callejeras, personas vulnerables o sumidas en la miseria, guerras, famosos que aparecen en espacios públicos, escenarios turísticos, sean estos monumentos, habitantes del lugar o escenas pintorescas. Así se acumulan imágenes en cantidades siderales y, así también, cualquiera es un fotógrafo, cualquiera hace reportajes sobre cualquier tópico. Ya no es necesario contar con el respaldo de una agencia de fotografía o de un medio de prensa para ser reportero, dado que existen otras plataformas. Las relaciones de poder van cambiando, como también han cambiado en el mundo de la música. Los fotógrafos tienen acceso directo a una audiencia, grande o pequeña, sin pasar por la intermediación de los órganos establecidos que, hasta ahora, controlan el negocio.

Aparecen otros actores cuyo papel todavía no está claramente definido. Instagram, por ejemplo, cuyo uso implica que el fotógrafo entrega irrevocablemente y en forma perpetua la licencia mundial sobre sus imágenes. Esta por verse como van a mover sus piezas agencias como ésta, pero ya está teniendo un efecto sobre los que toman fotografías, sobre los nuevos fotógrafos y también sobre muchos de la vieja escuela que ven aquí una oportunidad de participar en los nuevos medios de difusión. Por otra parte, para consumidores de fotografías como son las agencias de publicidad o medios de prensa, resulta a menudo más fácil y barato pescar en este mar infinito de imágenes e incrustarlas en sus publicaciones o campañas publicitarias.

Quizás lo más interesante de las nuevas plataformas y de los estilos en boga, desde un punto de vista puramente fotográfico, es que se está creando un lenguaje nuevo con jerarquías diferentes: resulta más decisiva en estos medios una foto del gato durmiendo, o del asado en la casa del vecino, o de los amigos bebiendo cerveza tomada con un teléfono móvil, que un reportaje bien estructurado en torno a una idea central. Tema que merece un tratamiento más detallado y para el que no tenemos espacio aquí, queda para una próxima oportunidad.