El espacio fotográfico eidético como distorsión de la realidad

© Eduardo Ruigómez

Como si la separación entre sujeto y objeto no existiera, el artista no se encaraba con la naturaleza para sondearla mediante la geometría, sino que formaba parte del cosmos al igual que el árbol, el agua y la piedra, era el punto de encuentro de los cuatro elementos y nunca le pasó por la cabeza que fuera un creador, una criatura excepcional e inspirada.
(Zbiegniew Herbert: El laberinto junto al mar. Traducción de Anna Rubió y Jerzy Slawomirski)

El desarrollo tecnológico en la era digital ha dado pasos de gigante en lo que se refiere al acceso generalizado a la práctica y versatilidad del uso de la fotografía. La cámara digital, ya sea profesional, de bolsillo o acoplada en un teléfono móvil, nos permite captar en todo lugar y momento imágenes de forma instantánea. Y con la misma agilidad podemos compartirlas de forma universal a través de las diferentes herramientas de Internet.

Sobre esta obviedad me interesa recrear el instante mágico en el que deseamos tomar una foto. Sospecho que ha cambiado demasiado con la intrusión de las últimas tecnologías. A pesar del eslogan publicitario de Kodak de 1888 ("Usted aprieta el botón, lo demás es cosa nuestra"), un siglo después algo perverso parece colarse por la orificios de la suplantación. La capacidad de tomar fotos instantáneas sin medida anula el ejercicio intelectual de pensar lo que queremos captar. La falsa abundancia de imágenes aumenta las probabilidades de alcanzar resultados. En un mundo de prisas y agendas apretadas necesitamos correr el doble, como la Alicia de Lewis Carroll, para llegar a alguna parte.

Evegny Morozov nos alerta de los riesgos de la tecnología como sustituta de nuestras tareas: a mayor eficacia tecnológica, menor rendimiento intelectual de nuestros cerebros: perverso mecanismo destinado a promover que la altísima productividad de las máquinas alimente la pereza en nuestro ejercicio intelectual. Sorprende la lógica solución que propone el autor: no hacer nada como algo "necesario para desarrollar nuestras facultades mentales."

Regresemos a la sesión fotográfica. Vista la escena desde fuera nos encontramos con tres elementos que intervienen en el acto de fotografiar: el sujeto, el objeto y el espacio. Los tres elementos son necesarios para lograr captar una imagen. El sujeto lidera la acción: compone el escenario, centra el objeto, encuadra la imagen, realiza en su caso los ajustes de velocidad y diafragma, enfoca y dispara. Mientras tanto, el objeto descansa obediente, aguarda el sonido del disparo que materialice la fotografía. A lo largo de la secuencia, el tercer elemento, el espacio, ha permanecido impasible en su posición, como un testigo silencioso indiferente para el resto de las miradas.

Me interesa especialmente el papel del espacio, ese invitado de piedra, esa nada que "es en todo tan material como lo es algo, sobre todo si se va a definir como la ausencia de algo" (Lawrence M. Krauss). El espacio envuelve el encuentro entre el fotógrafo y el objeto. Sin el espacio, el sujeto y el objeto no pueden encontrarse. El fotógrafo actúa como emisor, el objeto es el receptor, quedando la función de conectividad para el espacio.

El espacio representa un escudo protector que ampara en su interior el desarrollo de la acción. Cuando el sujeto localiza el escenario, lo hace con el espíritu de un ocupa que lo asume como propio y lo acota con la mirada. Una vez asumido el espacio, el objeto adquiere su papel protagonista: desplaza fuera del plano el interés del espacio y acapara la atención de todas las futuras miradas.

El espacio nunca tiene prisa, cuenta con todo el tiempo infinito de su lado y se comporta de modo estable. Habita tranquilo en su espacio galáctico, mientras los sujetos y objetos traviesos orbitan alocados por sus entrañas desiertas, sufriendo las distorsiones de la realidad. Como en cualquiera de las películas de Tarkovski, lo que no se ve es lo que trasciende, son las percepciones visuales de nuestras huellas lo que pervive.

En una fase posterior surge un nuevo sujeto, voyeur, que solo puede contemplar el producto final mutilado en su pleno significado, carente de su espacio real, que como un alma que abandona el cuerpo, solo deja un halo repleto de ecos vibrantes capaces de estimular las emociones y fantasías.