Una observación sobre literatura y fotografía

© Guillermo Labarca

Todos los buenos fotógrafos leen mucho y bien. Cartier Bresson, Frank y García Alix tienen reputación de lectores. Las descripciones de los buenos escritores revelan un ojo fotográfico envidiable ¿que más gráfico que las imágenes de Proust, Musil, Henri James o Góngora? Los buenos pintores también son o han sido grandes lectores, algunos son también escritores como por ejemplo Leonardo, Picasso o Motherwell.

¿Hay alguna relación entre fabricar imágenes y textos? Evidentemente son procedimientos diferentes, que exigen técnicas, habilidades, aproximaciones a la realidad distintas. Sin embargo, la pregunta sigue en pié y la relación entre imágenes y texto intriga. Ambas, la fotografía y las descripciones literarias, tienen un mismo punto de partida: la visión, miran la realidad detalladamente para seleccionar aquellos aspectos que mejor la representen. La fotografía posicionando la cámara, con encuadres, con enfoques o desenfoques, con exposiciones de acuerdo les indica el fotómetro o con sobre o infra-exposiciones o con cualquier otro de los recursos de que dispone; la escritura seleccionando los detalles que mejor ilustren la escena contemplada o imaginada, empleando ritmos verbales, seleccionando las palabras, construyendo frases y párrafos. Ambas intentan traspasar a sus soportes propios la superficie de la realidad, las apariencias percibidas, lo visible y con ese material comunicar una percepción. Eso lo consiguen trabajando sobre la imagen, visual o verbal, añadiendo matices, enfatizando ángulos, modificando detalles.

Pareciera que tanto los fotógrafos (y otros artistas visuales) como los escritores tienen nostalgias mutuas. Los escritores miran la realidad como si fueran fotógrafos y los fotógrafos leen como si necesitaran que alguien les diga lo que significa mirar. Sin embargo los fotógrafos no siempre logran que su mensaje sea transmitido o percibido cabalmente y los escritores se dan cuenta que no logran entregar una imagen completa sin traicionar sus objetivos literarios o porque la literatura no tiene los instrumentos para ello. Pareciera también que tanto fotógrafos como literatos quisieran pedirse prestados capacidades que ellos no tienen y que el otro si posee.

Si se pudiera transferir los efectos literarios a la fotografía y los fotográficos a la literatura seríamos capaces de dar cuenta de una realidad más completa. Como esto no es posible nos queda, a literatos y fotógrafos, el deseo y la nostalgia. A menos que optemos por la estrategia que sigue García Alix, que llama "horizonte falso" que es la de "falsear la realidad apoyándonos en nuestra mirada subjetiva, donde lo visible es metáfora de sí mismo y también de un pensamiento". Así el fotógrafo termina narrando cuentos, historias sobre las personas que retrata, fábulas sobre la naturaleza y el paisaje, bodegones que cuentan acontecimientos pasados y congelados ahora por el lente. Los cuentos que narra la fotografía son un paso posterior al momento de disparar, empiezan cuando la imagen está terminada y ofrecida en la pantalla del ordenador o, de preferencia, impresa en papel. En ese momento las palabras son indispensables, con ellas se elaboran significados sobre lo que el fotógrafo ha construido.

Pero ¿qué pasa con el fotógrafo, tiene éste un discurso antes de disparar la foto? Paradójicamente, para conseguir una imagen con significados él debe desplazar el discurso a un segundo plano, dejar que su consciencia lo ignore, sepultarlo en el inconsciente o en regiones remotas de la consciencia, colocando en el primer plano el contacto directo con la realidad y con el encuadre del visor. Digo paradójicamente porque mientras más complejo sea ese discurso y menos presente esté en el momento del disparo más interesante será el resultado, más rica y significativa la imagen. Para el fotógrafo mirar, saber mirar sin eludir el objeto de su mirada, compenetrándose con él y al mismo tiempo contar con un bagaje de significados son las condiciones para lograr fotografías relevantes.