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La mirada distinta se mueve y capta la imagen

© Eduardo Ruigómez

1. La mirada distinta

Cosimo estaba en la encina. Las ramas se agitaban, altos puentes sobre la tierra. Soplaba un leve viento; hacía sol. El sol estaba entre las hojas, y nosotros, para ver a Cosimo, teníamos que hacer pantalla con la mano. Cosimo miraba al mundo desde el árbol; todo, visto desde allí arriba, era distinto, y esa era ya una diversión. (Italo Calvino: El barón rampante. Traducción de Esther Benítez)

Primavera de 1975. Excursión con los hermanos pequeños a la sierra de El Escorial, equipados con papel y pinturas. Nos sentamos a lomos del monte Abantos sin ser conscientes de estar arrancando una mañana luminosa. A pocos pasos unos de otros, contemplamos el espacio que nos rodea, el monasterio y las montañas del fondo. Las miradas se activan, exploradoras de lo nuevo, grabando en la memoria el impacto de lo que nos sorprende. Cada explorador está concentrado en lo suyo, abandonado a sus emociones, componiendo un dibujo que refleje de forma intuitiva lo que siente. La diferencia de edades no distorsiona el ímpetu de unos cerebros sedientos de expresión.

La mirada personal filtra la realidad al gusto de cada uno, porque cada uno ve lo quiere ver. Es la mirada distinta que habita en cada uno de nosotros: individual, limpia, espontánea. Todo lo que nos rodea es nuevo. Y al cruzar esas miradas y contrastarlas en un ejercicio grupal, surge la revelación enriquecedora: hay quien inventa sin saberlo el impresionismo al pintar la montaña como un volcán de color, o quien compite en precisión con Juan de Herrera en el dibujo del monasterio. Otras miradas abstraen lo esencial para alcanzar la simplicidad de lo bello: el monasterio y el monte; o el cielo luminoso repleto de sol y estrellas dominando un paisaje yermo.

Y ahora me pregunto: ¿cómo podíamos entonces creer que todos estábamos en el mismo escenario? El fruto de las pinturas realizadas ponía de manifiesto paraísos dispares. Al amparo de Cosimo, es como si cada uno de los excursionistas se hubiese subido a un árbol diferente en el mismo pequeño jardín. Suficiente para tener una mirada distinta.

2. Se mueve y capta la imagen

Lo que más me gustaba era salir con mi bici sola y sin rumbo. Tan sólo para ver el mundo que me rodeaba de una forma distinta a como se ve a pie, verlo fluir a toda velocidad bajo las ruedas y a la altura de los ojos, como franjas de color que dan vueltas y vueltas. (Herta Müller: El rey se inclina y mata. Traducción de Isabel García Adánez)

El acto creativo se desarrolla en nuestro cerebro, por mucho que la tecnología se empeñe en domesticar nuestra inquietud. La mirada distinta se mueve para captar la imagen. Como en unos pasos de baile, el cambio de posición estimula nuestros sentidos. Este, oeste, arriba, abajo. La mirada voraz siempre encuentra un nuevo ángulo mejor. Nuestros ojos son los protagonistas que muestran lo que ven, mientras que la cámara es una caja negra. El acto de tomar una fotografía requiere ejercitar nuestros sentidos. La tecnología oxida ese ejercicio intelectual, facilitando el disparo de vacío infinito sin pestañear.

El movimiento de nuestro cuerpo genera una imagen sesgada. Es el eco de la perfección. Buscamos el ángulo impoluto, rodeamos el espacio sin perder el punto de mira que enfila nuestro objetivo. El trofeo se alcanza con el impacto de lo sorprendente. Sólo lo distinto es interesante. Aguzamos la mirada, torcemos el cuerpo. Otto Umbher necesita volar por las azoteas para captar una imagen que muestre la realidad de la calle muchos metros por debajo de su cámara. Herta Müller contempla desde su bici el flujo envolvente del asfalto y del horizonte. Una calle, muchas calles. Una calle, muchas miradas.

En este nº 13 de 1:1 Photo Magazine presentamos los trabajos de cuatro fotógrafos de mirada distinta, al estilo de Zhuang Zi, callados sin parar de hablar: Pepa de Rivera nos muestra el espíritu de superación del dolor a través de los ojos de una niña, Viviana Peretti rastrea las sombras alienadas que habitan el paisaje urbano, Jacqueline Salmon indaga la ausencia y la presencia de personajes retratados en los límites de su espacio, y Jaroslav Kocián regresa a la revista con catorce retratos de familia atravesados por el tiempo. Cuatro fotógrafos, cuatro miradas.