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LAS ESFERAS DEL HOMO URBANICUS

Regresando al siglo XXI, ahora que los screen agers empiezan a ser abuelos, la referencia a estos dos autores junto a los trabajos de los cuatro fotógrafos contemporáneos que presentamos a continuación resalta los efectos del paso del tiempo en un tema tan concreto como es el de la relación de los habitantes con la ciudad y algunos de los grandes temas implícitos: inmigración, soledad, progreso...

Cédric Spilthooren retrata desde el subsuelo, estableciendo una línea directa de comunicación con inmigrantes chinos en París. Almas de mirada limpia. Las imágenes que presentamos se sitúan en un escenario idealizado que simboliza la atracción de lo europeo para los asiáticos. Vemos en su mirada la incertidumbre de los sueños, la nostalgia de un pasado futurible, el ímpetu del explorador. Atrás quedan los secretos de la emoción y de la razón. Porque vivir es vivir el instante, y el instante puede ser bello, o una promesa de un futuro mejor.

Tany Kely modela con hierro y sombras al homo urbanicus, especie humana bastante extendida que camina de luto por la geometría de la ciudad. Viene de ningún lugar para ir a ningún lugar. Su paso parece seguro, ágil, y sin embargo no hay destino cierto. Su presencia es anónima y, aunque se desplaza, nada sucede, nada importa, porque otra presencia anónima le sustituirá. El homo urbanicus, suplantador del homo sapiens, se delata sólo cuando descubrimos, a través del examen de estas imágenes, que se ha dejado el alma en casa en una burbuja de cristal.

Jacobo Medrano abre el zoom de su cámara para sumergirnos en la telaraña urbana de Tokio, parábola de la modernidad y de sus poros oxidados. En este contexto se sitúan personajes dolientes, fruto de los nuevos temores que nos invaden. Su mirada es tímida, distante, torcida; desviada para no chocar con la mirada del otro. Deambulan dentro una esfera de Sloterdijk que evita el conflicto: la soledad y el aislamiento como motor de los fantasmas del miedo al entorno. Jacobo Medrano recrea la ciudad moderna entendida como un gran útero en cuyo interior conviven de forma paralela incontables minúsculos seres que, gracias a la ciencia, sólo podrán encontrarse en el infinito.

Kurt Petautschnig hace “click” y borra del mapa a la humanidad, convirtiendo la ciudad en un fantasma inanimado repleto de cachivaches apilados. Gracias a un formato de registro impasible, nos transformamos en mudos testigos de una machacona monotonía intranscendente. La variedad de colores y objetos enfatizan la ausencia de vida, quedando tan sólo las tinieblas de un pasado inverso. El escaparate se convierte en todo un símbolo: una fachada que no es nada si no hay nadie, un vacío con caparazón multicolor para el deleite de las hormigas y de los petirrojos.

En la confianza de que disfrutéis con este nº 11 de la revista,
Eduardo Ruigómez